Maratón de Montevideo
Cruzando el charco por Ernesto Toubes
Aturdido aún por los persistentes bocinazos padecidos en la Reina del Plata, decidí cruzar el viejo y entrañable Mar Dulce para buscar refugio en Montevideo, capital de la Banda Oriental.
La oficina de migraciones me saca de la ensoñación, parece que el Uruguay es tierra extranjera.
¡Cuántas cosas me ligan al Uruguay!
Concediéndoles el beneficio de la duda en cuanto al pretendido nacimiento de Carlos Gardel en Tacuarembó,
rápidamente se me enrostrará que Julio Sosa también es uruguayo.
Mi primer y gran ídolo futbolístico, el Sapo Sergio Bismarck Villar también lo es.
Montevideo, refugio eterno de los porteños. Primera y en muchos casos definitiva escala de infinidad de exilios.
Montevideo. En un ardiente verano del siglo pasado, Sylvia Kristel fue mía en la última fila del cine Trocadero en la 18 de Julio esquina Yaguarón.
El maratón de Montevideo debe ser estatuido como el maratón rioplatense. Cuarenta y dos kilómetros bordeando el Río de la Plata no admiten discusión.
Está entre los más bellos que he corrido. Por ello regreso por segundo año consecutivo.
Un día ideal para grandes gestas. Mientras el cronómetro muestra cinco ceros en la pantalla de mi reloj, todo es esperanza. El mundo parece haberse detenido a la espera de la cuenta regresiva.
Acciono el mecanismo que dispara al segundero, el mundo vuelve a girar enloquecido, la estampida me precede, atravieso el arco de largada, pongo rumbo a Carrasco.
Maratón, aquí estoy, una vez más.
Los primeros kilómetros transcurren plácidamente. A mi derecha el Río de la Plata, a mi izquierda el amigo Andrés Bernard que decide voluntariamente compartir la carga de transitar en el último puesto de la carrera.
De algún lado surge don José de Espronceda, mate en mano, termo bajo el brazo, gritándome:
- Navega velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza ni a
sujetar tu valor.
Y así, viento en popa a toda vela, los primeros veintiún kilómetros se esfuman en apenas dos horas y trece minutos.
Como Andrés llega tarde a su trabajo, se despide apurando el paso.
Quedo solo, o al menos eso creo.
El viento ha virado y lo padezco de proa. Nobleza obliga, debo aclarar que quien ha virado soy yo, ya que al completar el medio maratón hay que emprender el retorno.
El viento no es intenso. No le hace falta soplar mucho para complicar el andar de este veterano y desplumado
cóndor.
Dos ancianos me observan, emocionados.
- Vea, vea don Wilson como se hunde. ¿No le hace acordar al Graff Spee?
- Cierto don Washington. Este botija viene escorando lindo.
Un tercer anciano, muy pequeño y encorvado comienza a darme instrucciones.
- Apilate pebete, apilate.
Se trata de otro de mis próceres, don Irineo Leguizamo.
- Le agradezco Pulpo, pero no se me aparezca así como así. Después escribo estas cosas y me tratan de
lunático.
- Lunático era un buen caballo, yo lo montaba porque era de Carlitos Gardel. Vos lo conocés al Zorzal, no se le puede negar una gauchada. Concentrate que te falta la recta final y todavía podés agarrar chapa en el marcador.
Leguizamo me alcanza un terrón de azúcar y me da una palmada en el anca. Creo que me ha confundido con
Yatasto o Cocles.
- Gracias don Irineo, después lo veo en Maroñas.
Continúo la marcha tonificado por el aporte de glucosa y acuden a mi mente los esperanzadores versos de una
milonguita burrera.
- .y mi robusto bagual, al tranquito y sin alarde, llegó tres días más tarde, pero ganó el Nacional.
Pronto mi alegría se transforma en emoción. Es ella.
Parada en la rambla, malla enteriza color verde esmeralda, pareo floreado, termo de acero inoxidable bajo el brazo izquierdo y el tradicional mate charrúa en la mano derecha.
Me acerco, me abalanzo.
- Sylvia, ¿sos vos?
Me contesta algo incomprensible, recuerdo que es holandesa. No le entiendo una palabra. Por suerte está subtitulada.
Dejo de escucharla y comienzo a leer lo que me dice.
- Si. Soy yo. Pasaron muchos años desde que me dejaste.
No había rencor en sus palabras, quizás un dejo de resignación.
- Perdoname Sylvia. Lo nuestro no podía seguir. Me salían granitos en la cara, me dijeron que era malsano, estabas prohibida en Buenos Aires. Si me perdonas, el tiempo viejo otra vez vendrá, la primavera de nuestras vidas, verás que todo nos sonreirá.
- Ese es el tango "volvió una noche". Soy holandesa pero no vivo en un molino. Si me extrañás alquilate el video. ¿Querés un mate?
- Gracias Sylvia, ¿sin rencores?
- Sin rencores.
Me ceba un mate frío. Me debe haber confundido con un correntino.
Hace algunos días, mi amigo Marcelo Spinelli me advertía sobre un vaticinio que le había transmitido nuestro común amigo Gerardo Re.
- Ojo que después de correr cuarenta y dos veces cuarenta y dos kilómetros, no sé que pasa. Hay una
transformación.
En su momento, tomé el comentario a la ligera, pero ahora que estoy próximo a la meta, un escalofrío
recorre mi columna vertebral.
Veo el arco de llegada, me parece que no es el mismo inflable que estaba en el momento de la salida. Veo
una puerta y sobre su dintel, en lugar del cronómetro, esta enigmática frase.
"Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate"
Oigo el siguiente diálogo entre dos fiscales en la línea de llegada.
- ¿Esa que viene ahí no es Sylvia Kristel?
- A ver. No. El 5025 es Toubes Ernesto.
- ¿No me digas? ¡Cómo se parece a Sylvia Kristel!
Todo transcurre en cuatro horas, cuarenta y siete minutos e interminables cincuenta y seis segundos finales.
viernes, 10 de agosto de 2007
El maestro de los relatos....Ernesto Toubes.
Publicado por Equipo (CORREtazMANIA) en 6:11
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1 comentario:
Estimado Ernesto, espero seas vos. Soy Sergio Stepa. Estoy tratando de encontrarte. mi correo es sisyenko@yahoo.com.ar
Me encantaria tener noticias tuyas. Te estuve googleando y encontre toda esta maravillosa información acerca de tu actividad maratonista... Espero realmente haberte encontrado y poder juntarnos a charlar sobre la vida pronto. ABRAZO
Sergio
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